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17.3.12

Lisboa la Aventura que enamora


El otoño resulta perfecto para romper la rutina con una escapada para dos. Acertar con itinerarios, hoteles íntimos y restaurantes para impresionar son las claves para exprimir todo el jugo en un par de noches a algunas de las ciudades más románticas y espectaculares del Viejo Continente.


Le sienta bien el otoño a la melancólica ciudad de Lisboa. Sus viejos barrios, salpicados de miradores y pequeños restaurantes llenos de encanto, son un acierto seguro para realizar una escapada en buena compañía. Además, queda tan a mano, que muchos podrán llegar incluso en coche, aunque, una vez allí, convendrá aparcarlo y explorarla a bordo de sus tranvías y elevadores sin privarse, eso sí, de largos paseos.

Si el viernes no se llega excesivamente tarde a la ciudad, qué mejor que una cena por todo lo alto en escondites tan románticos como A Travessa, en el claustro de este convento del siglo XVII si el tiempo acompaña y, si no, en sus salas abovedadas al calor de la chimenea.

La capital del Tajo es dueña y señora de grandes hoteles que enamoran, como el Lapa Palace, que ocupa un suntuoso palacete de 1870, y también joyas menos prohibitivas como As Janelas Verdes, un palacete del siglo XVIII situado junto al Museo de Arte Antiguo, o Mi Casa en Lisboa, un exquisito bed & breakfast desde el que se puede empezar el día con un desayuno casero ante sus despampanantes vistas del castillo de San Jorge.









Esta fortaleza, con la panorámica que derrama a sus pies sobre el casco histórico y el estuario del río, representa un buen punto de partida para disfrutar de la primera mañana en Lisboa, antes de lanzarse a recorrer las tortuosas callejas de la Alfama –incluido el mercadillo Feira da Ladra de cada sábado y cada martes, un auténtico paraíso para los buscadores de gangas– y descender hasta el gran rectángulo que forma la Baixa, fruto de la reconstrucción de la ciudad por el marqués de Pombal tras el fatídico terremoto del año 1755. Aquí, entre la Plaza del Comercio y la del Rossio y su prolongación por la Avenida da Liberdade aguarda la Lisboa más noble, salpicada de cafés míticos en los que picar algo, como el Nicola, el Martinho da Arcada o la Pastelaria Suiça, y calles tan monumentales y animadas para unas compras como las ruas Augusta, Aurea y da Prata.



Tomando el Elevador de la Gloria o el de Santa Justa se llega al bohemio y también hoy noctívago Barrio Alto, donde pasear a fondo antes de intentar hacerse con una mesa en restaurantes de toda la vida como el minúsculo Bota Alta –sublime su bacalao real– o tomar una copa por su infinidad de locales de ambiente joven, salvo que se prefiera vivir una noche de fados por sus tabernas tradicionales o, ya en la Alfama, en el auténtico A Baiuca o en las salas recubiertas de azulejos del algo más turístico Mesa de Frades




El barrio de Belém, al que llegar en un entrañable trayecto en tranvía, resulta perfecto para dedicar la siguiente mañana a explorar su célebre Torre –un fortín construido en el siglo XVI para proteger el puerto de Restelo–, el Monumento a los Descubridores –levantado en 1960 para conmemorar el quinto centenario de la muerte del infante Dom Henrique– y, sobre todo, ese soberbio exponente del arte manuelino que es el Monasterio de los Jerónimos, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1983.


Tras pecar con los ricos pastelillos de Belém en la Antiga Confeitaria, habrá que emprender el regreso y dedicar lo que quede del domingo al barrio del Chiado, curioseando entre sus elegantes tiendas y en instituciones como el Café A Brasileira, en la preciosa rua Garrett. Y si sobra algo de tiempo, por qué no entregárselo a templos culturales de la talla de la Fundación Gulbenkian, el Museo de Arte Antiguo o el Arqueológico –que alberga el misterioso Convento do Carmo–, o auparse al mirador de Santa Lucía o al de San Pedro de Alcántara, para despedirse de la ciudad con sus mejores vistas.



 
 
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